Asesino en cuarentena
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He tratado de ponerme en sus
zapatos. No sé por qué Vanegas hizo lo que hizo. No importa lo que yo hice, sé
que mi reacción fue culpa de Vanegas, por eso lo empujé con toda mi fuerza.
Tampoco fue culpa de la cocaína. Vanegas
la trajo diciendo que había sido fabricada en La Sierra Nevada y vaya que sí,
pues el subidón pateaba como una mula, pero de aquí a que vaya a ser culpa del
narcótico es otra cosa.
Habrá más culpa en el conflicto
social que subyace al tráfico: grupos armados en la mafia asesinando inocentes,
familias desplazadas porque no quieren sembrar lo que ellos sí, catástrofes
ecológicas para poder mantener el negocio; todo para que un par de imbéciles
como nosotros nos creamos de izquierda y revolucionarios, sólo porque somos
adictos y les compramos su triste producto.
Sí, tal vez fue eso. Somos unos
drogotas de puta madre y Vanegas es el más pendejo de todos los drogotas. Por
eso, llevado por el amure cuando se acabó la roca, cogió el cuchillo —que
usamos para partir los limones del coctel con que acompañamos los pases— y
pretendió cortarse los brazos. ¡En mi casa!
¿Qué más pudo haber sido? ¿Por qué
cogió el cuchillo entonces? No quise preguntar nada, sólo reaccioné y antes de
que él hiciera cualquier cosa lo empujé. Lo empujé con la fuerza de mis brazos
hechos en el gimnasio, con la fuerza de la cocaína de La Sierra Nevada, con la
fuerza de todo mi odio por nuestra condición de imbéciles. No me importó que
Vanegas fuera mi mejor amigo, el que me acompañaba cada vez que yo lo buscaba,
el que conocía desde que empezamos el colegio. Tampoco medí la levedad de su
cuerpo y como lo cogí desprevenido, salió disparado contra la ventana de la
sala de mi apartamento, la atravesó rompiéndola en mil pedazos y cayó 13 pisos
abajo. Yo maté a Vanegas.
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Ahora estoy en la cárcel. Mi
familia no pudo hacer nada contra el poder de la de Vanegas; son revanchistas y
quieren que me pudra en una celda, por eso no tengo ninguna posibilidad de
tener casa por cárcel.
Lo peor es el hacinamiento. La
población carcelaria aquí es de más o menos 115,000 personas, cuando sólo hay
cupo para 76,000. No hay salud para nosotros, ni agua ni jabón. En cárceles
como las que he estado hay parotiditis y tuberculosis y sólo hay dos médicos
para 3000 internos, es inconstitucional. Además, a mí me prohibieron las
visitas, lo que hizo que no tuviera bienes de primera necesidad que deberían
ser suplidos por el Estado: comida, ropa, medicamentos, utensilios de aseo, etc.
Me vetaron las visitas, sí. Por mi
indisciplina. A mis compañeros no les gustaba que me orinara donde se me diera
la gana, ni que escupiera en el suelo. Pero eso eran cosas menores, sobre todo
odiaban mi personalidad. Sé que era violento y eso fue lo que me mantuvo a flote.
Al principio. Lo primero que hice al ingresar fue conseguirme una navaja. Esto,
más mis puños fueron mi salvavidas, lo que llamó la atención de uno de los
capos para ser su escolta, su matón.
Después del hacinamiento lo peor
es la necesidad social. Pasado un tiempo recién entré quería follar hasta con
las cabras, quería droga de calidad, quería volver a los casinos y a las
fiestas y a golpear a cualquier idiota. Para poder tener quieta mi abstinencia
sexual tenía un par de pirobos. Para poder calmar el amure tenía a mis camellos.
No fue difícil contactarlos, aunque sí fue jodido pagarles, por eso trabajé
como un burro para mi jefe. Habían fiestas y putas con él.
Pero la vida de matón no es fácil; tenía que jugármela todo el tiempo,
dormir con un ojo abierto, esperar lo peor siempre. Siempre. Después de un
tiempo estaba en la lista negra de otro capo. Querían eliminarme. Mi papá, que
es abogado, logró cambiarme de centro. Decidí empezar una vida nueva.
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Me convertí. El cristianismo ha sido
mi semilla de mostaza. He hecho labores de pastoral en mi nueva cárcel y
gracias a mi formación, trabajo enseñando religión y español a los reclusos.
Todo esto tiempo ha sido de trabajo muy duro aquí encerrado. Termino una labor
y empiezo con otra. No hay pausa. Supongo que estoy “cultivándome”, supongo que
estoy aprovechando el encierro para bien…tengo mi fe puesta en ello.
Hoy, en particular, ha sido un día
muy duro: le estoy enseñando gramática y ortografía básica a 40 reclusos. También
acolité un par de misas. Como todas las noches, apenas me acuesto caigo
profundo.
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Despierto en mi habitación. He
tenido un sueño en el que era un asesino y estaba encarcelado. Hoy es un día
más de cuarentena en mi cómodo apartamento, un día más de pandemia lite. Tengo
ganas de fumarme un porro con Vanegas. Lo llamaría sino tuviera estas súbitas
ganas de dejar todos mis vicios.
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