PROLANZ

 

PROLANZ

 

"Y resucité al tercer día,

en el psiquiátrico,

absurdo invento…” -R.I.

 

Se suicidió con más de 20 pastas de Prolanz. Tal vez 40. Recuerda haber tragado una pastilla tras otra. En la posología se asevera deceso con su record. Puede evocar haber caído en un sueño profundísimo, esa honda desintegración que dan los problemas graves de insomnio.

 

En una realidad despertó tras 22 horas de sueño continuo. Eso después de haber estado despierto por más de 3 días seguidos. Se halló aturdido al abrir los ojos de nuevo. En la otra realidad no sobrevivió. En la otra realidad, dos realidades, despertó en el infierno, en la misma cama, en un lugar idéntico al planeta tierra, pero con la fortuna más adversa que un humano pueda afrontar.

 

Hablar de esto es complejo. Sobre todo por su exégesis. Se supone que el infierno es como lo pinta Dante: fuego, torturas y ese asunto. No. Aldoux Huxley indagó que este planeta es más bien el infierno de otro planeta. No le falta razón, hay veces que el Dios del cataclismo, la desigualdad y el nacimiento malformado después de la violación, tolerada también por su designio, como todo lo bueno y ––de paso–– todo lo malo, hay veces, digo, que no perdona los pecados de juventud. Se pueden tener 20 cándidos años, no hay tutía; si se muere sin mérito, ni  arrepentimiento, se renace en un lugar de maldición: el planeta tierra, la marca en la sien del tiempo desperdiciado en el tráfico, el anatema del stress laboral, el juicio final por la inevitable falibilidad humana.

 

El infierno. El infierno es como decir “no es fácil”. No es fácil perder la vida sexual a los 20 por los efectos secundarios de un tratamiento, no es fácil sufrir crisis inefables por la depresión que le ha sido diagnosticada, no es fácil ser un paria en el ostracismo de no poder funcionar como un tipo normal. Una cosa es decir la palabra crisis y otra cosa es saber que nada tiene sentido: ni el sexo, ni el ocio, ni el dinero, ni nada. Ni siquiera el anhelo más profundo. No es fácil, en síntesis, que se tenga  el día y la vida por delante y lo único que se pretenda es esconderse debajo de la cama como el más paupérrimo de los moluscos.

 

Sufrió sus crisis durante doce años. Trae sus ventajas: se sale menos, se duerme más, se ahorra más. Dejó de sentir las crisis 12 años después de su suicidio (o supervivencia), justo cuando afirmó la veracidad del Cristo. Cuando pudo salir de abajo de su cama, ya redimido, la gente se mostraba inverosímil ante su edad avanzada y su cara de crío, sin mencionar lo singular de tener una gran cantidad de dinero ahorrado. Para él fue raro eyectarse de su burbuja, ser un post-adolescente en el cuerpo de alguien ya maduro. Para el mundo no, uno no le importa al mundo.

 

Pero no funcionó por mucho tiempo. Pretendió hacer lo que no pudo durante más de dos lustros. Quiso comerse el mundo, pero estaba anquilosado. Por falta de uso, sus huesos, su carne, no respondieron al desgarro de lo súbito. De golpe se halló en una orgía, ebrio de lo que no consumió en su juventud lastrada y la crisis en olvido volvió a pesar de dar Fé del Dios bueno, a costa de creer en ese maniqueísmo que es ser cristiano; la crisis volvió a pesar de haberse entregado al mismísimo Primer Motor.

 

Así es la vida. Le sorprendió el bajonazo en su vindicación orgiástica, siempre nocturna, sin alcance al Prolanz. Ahí acaeció su nuevo suicidio. Se indagó, arrastrado por el peso síntoma, lo que siempre se indagaba en la ducha o manejando: «¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Por qué no terminar con el infierno que devino a mi suicidio? No aprendes a vivir y ya tienes que morir. Mi pasado es patético y ahora que sé más o menos de qué va esto, ya soy un vejete que le duelen las rodillas».  No lo dudó ni por un instante: desnudo, como un Adán en las delicias de otro hotel, solo en medio de la orgía, tomó de la píldora suicida que siempre guardaba en el bolsillo del corazón.

 

Apéndice: En el limbo de dilucidar si estaba vivo o muerto, en el planeta tierra o en el infierno, esperó en algún momento, cuando la hora llegase, así fuese por propia mano, renacer en el paraíso prometido al más  arrepentido de los corderos, en el edén de un  buen ladrón que creyó hasta el final de su paciencia.

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