Escenas del cine, escenas de la vida


17-05-19

Hoy mi vi Dunkerque por primera vez. Justo cuando estaba acabando el filme me llamaron a cenar, cosa que no impidió que finiquitara la película, retardo de uno o dos minutos para acudir a la urgente mesa. Después de esa letárgica satisfacción que es comer, tampoco se apagó el sentimiento que esta gran obra suscitó en mi alma.

La cena, mi cena, a los ojos de un mísero soldado (en Inglaterra o en Francia o en cualquier otro lugar no imaginado…como Colombia) que no puede comer nada en días, que está a la deriva, que vive un infierno en esta tierra, estaba exquisita. Para mí, princeso o llano civil, mi cena estaba salada, pero acababa de ver Dunkerque y pude apreciar con mis ojos aprehensivos que soy muy afortunado por ese delicioso arroz con carne molida que hace mi querida madre.

Recuerdo la ocasión que fui a un campamento de mi colegio en octavo grado, época difícil. Recuerdo que en los días que duró ese campamento no comí para nada bien y la pasé muy mal; mi colegio tenía ínfulas de militar psicorrígido y medio facho, un gran espíritu cervantino, cómo no. El último día del campamento, que no recuerdo si duró tres o seis o cuarenta largos días, muerto del hambre, nos sirvieron arroz con sardinas. Yo detestaba las sardinas, pero en esa ocasión tan particular el plato me supo a gloria. Nunca más volví a un campamento.

Ese recuerdo de octavo grado se esfumó durante unos buenos años, pero ha vuelto aparecer de un tiempo para acá, el recuerdo del hambre y la miseria, sobre todo desde que he tenido un aparente despertar de consciencia. Aparece cada vez que veo películas como Dunkerque, cuando leo libros como Guerra y Paz de Tolstoi, cuando escucho cierta música o cuando veo los rostros famélicos y llenos de dolor de los cada vez más numerosos forasteros en las calles de mi ciudad.

El arroz con carne molida que hace mi madre. De verdad que estaba salado, pero me siento tan, tan agradecido por mi plato de comida, por mi techo, por mis privilegios. Mi vida no es perfecta y muchas veces estoy inconforme por los problemas que tengo, pero esos problemas no son nada comparados con otros de verdad serios. Y sí, me sé sensible. Tal vez estoy escribiendo otro discurso u opinión que no trascenderá, pero debo hacerlo manifiesto porque, confieso, hay lágrimas que acuden a mis aprehensivos ojos y que no vuelven a su cauce si no es escribiendo, lágrimas que se quedan atrapadas en la retina de la impotencia al ver pasar ciertas escenas que, como sugiere Borges, sólo me pasan a mí, escenas de Dunkerque, escenas de mi ciudad, escenas de este planeta que hará su ignición en un 2029 que ya no se ve tan lejano. Démosle valor a lo que se tiene, pues en verdad (y más en esta época que parece ser la última de la especie) nada nos pertenece.

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