Solo
Estoy
solo en la habitación. Nadie sabe lo que
soy capaz de hacer solo. Afuera hay una fiesta de inmensas proporciones. La
gente está contenta bajo el influjo de la noche y la algarabía. Yo, mientras
tanto, voy marcando las líneas en mi sien al jugar juego tras juego, en soledad,
o si se quiere, con la compañía de una máquina, invento fundamental para esta época
de incertidumbre y desarraigo. Quiero que alguien venga y vea mis proezas
solipsistas. De hecho tengo el rojo deseo que una mujer llegue (venga) y me
destroce con su sagrada vagina, pero el tiempo pasa, la medianoche llega, la
luna llena apunta alto y nadie viene. Afuera se escucha el gran ruido de la
fiesta, afuera hay alegría, aquí también hay, pero insípida, ceñuda, silenciosa,
melancólica, sola. A las 2 de la mañana abre la puerta de la habitación mi
hermano. Huele a gomitas en forma de osos. Me invita a que vaya afuera con
todos, me invita a unirme a la alegría de los que están afuera. Yo, ya harto de
peleas, partidos de fútbol, automóviles lujosos y utopías, como la felicidad
posible en soledad, salgo a bailar a pesar que tengo atrofiado mi cuerpo (y de
paso mi mente). Y sonrío al ver las caras luminosas que me miran salir. Sonrío.
En verdad siempre deseé estar afuera.
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