Iscariote
Mi billetera se llena de monedas.
No hay el cambio exacto,
ni la paciencia
para dejar de hacer lo que debo
hacer pronto
(o lo que tengo que hacer).
Recuerdo cada traición preciso.
Desde las hondas, profundas y arteras,
hechas al amigo más noble,
hasta las lentas,
paulatinas,
crueles,
impuras
y de sevicia perenne,
causadas a mujeres graciosas y de
mucho valor.
No me bastó que mi compañera
fuera casi enviada por Dios.
Perfecta.
Vista y avisada desde el prístino
sueño de la infancia.
Yo la desprecié.
Yo la traicioné.
No me valió que mi amigo matara a
hierro por mí;
Ebrio de cualquier humo púrpura
yo lo abandoné.
Yo lo traicioné.
Y en mi conciencia no la puedo
olvidar a ella,
no lo puedo olvidar a él,
a todas ellas,
a todos ellos,
porque la traición fue
marcada en mi frente
por aquel que es casi igual a Dios,
aquel que también perdió la
bendición
y que me deja
íngrimo
contemplando en el espejo
la imagen del que no tiene perdón.
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