El dragón

Ser dragón es ser un poco calavera,
un poco escéptico,
 es estar por encima del bien y del mal.
Es tenerle ganas a una prima
o verle la cara de fliscorno barítono a alguien
cada vez que se subestima.
Pero ser dragón también es ser sabio.
 El dragón sabe que a todas las personas,
sanas y no tan sanas,
les habla al oído una voz ultra-invisible,
una voz que surge del inconsciente
y que se hace más evidente
cuando se está a punto de entrar
al desprendimiento que es el sueño. 

Y digo más:
el dragón no le tiene miedo a la filosofía socrática,
o sea, el dragón no le tiene miedo a la muerte.
El dragón poco cree en lo que llaman amor,
porque él sabe que el amor
no funciona como en disney
(mundo paralelo que ignora que las vaginas se mojan).
El dragón siente el post-punk,
sabe manejar lo que es  la disciplina laxa
y sobretodo es un sujeto listo
y no necesariamente inteligente,
porque el dragón sabe que,
para ser mejor todo el tiempo posible,
no se requiere de talento,
sino de una voluntad más o menos constante.
El dragón sabe que camino al cielo siempre hay que subir

 y eso es todo.

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